17 diciembre, 2010

Dulce aunque agobiante espera

Intuyo que mis sensaciones podrían fácilmente confundirse con el nerviosismo de un padre que describe toda clase de figuras geométricas en su angustiante andar por la sala de espera de un hospital. Con el significativo contraste de que los cigarrillos tienen un romance frustrado con mis labios; prometí jamás fumar y hasta el momento he conseguido apartar mis pulmones del tóxico humo.
Las horas transcurren con tortuosa lentitud alrededor mío. Todos parecen palpar un vehemente ritmo en el curso de las horas, mas yo no consigo percibir ese acelerado paso de los minutos, por el contrario, siento que los segundos duran el doble de lo normal y así termino por vivir dos días en apenas veinticuatro horas.
No pierdo la noción del tiempo, la impaciencia justamente nos hace reparar más que nunca en la danza de los minutos y podemos apreciarla insólitamente torpe y pausada.

Cuento las horas. Me acuesto ilusionado, pensando en mañana, tan agotado como sea posible a fin de no consumirme bajo el manto del insomnio. La ansiedad penetra mis fortalezas al amanecer y me encuentro incapaz de concebir alguna actividad recreativa que disperse mi mente del imán de pensamientos que es la futura publicación del primer tomo.

Una dulce espera, en el lenguaje que aprendí de mis constantes visitas a la maternidad. Una dulce, aunque sofocante espera, pues llegan instantes en que el solo hecho de generar expectativas me estruja el pecho y me descubro asfixiándome en mi propia ansiedad.
Que sean días y no semanas. Horas y no días. Minutos y no horas. Aunque sé que, de cualquier modo, terminaré por vivir el doble de cada minuto, hora y día. Pero sé que, a fin de cuentas, la espera valdrá la pena.

Me siento como un padre chocando de pared en pared en una sala de espera. ¿Cuándo oiré el llanto conmovedor?

1 comentario:

  1. Ojalá y esa fuerza de convicción para dejar el cigarrillo la hubiera tenido J.R.R

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