28 diciembre, 2010

El portador aterrizó

Acaso no debió de ser más de un par de días; sin embargo, la espera valió la pena. Finalmente conseguí desatar el nudo de la ansiedad que abastaba mi pecho y me enrumbé en la más gloriosa cacería de novedades: pese a ser día de los inocentes, la misiva no era hazaña de una mente vil. Era el lenguaje que mis tres meses ansiaba interpretar.

El portador piso suelo. Y lo hizo en buena hora. Mordí el anzuelo del conformismo la semana de Navidad, pues a falta de novedades el único remedio era el sillón de la espera. No fue literalmente la mejor Navidad: algo me faltaba.
Ahora puedo considerarme completo.

Bienvenido, Dave Lang.
Bienvenido, Portador de fantasmas.

17 diciembre, 2010

Dulce aunque agobiante espera

Intuyo que mis sensaciones podrían fácilmente confundirse con el nerviosismo de un padre que describe toda clase de figuras geométricas en su angustiante andar por la sala de espera de un hospital. Con el significativo contraste de que los cigarrillos tienen un romance frustrado con mis labios; prometí jamás fumar y hasta el momento he conseguido apartar mis pulmones del tóxico humo.
Las horas transcurren con tortuosa lentitud alrededor mío. Todos parecen palpar un vehemente ritmo en el curso de las horas, mas yo no consigo percibir ese acelerado paso de los minutos, por el contrario, siento que los segundos duran el doble de lo normal y así termino por vivir dos días en apenas veinticuatro horas.
No pierdo la noción del tiempo, la impaciencia justamente nos hace reparar más que nunca en la danza de los minutos y podemos apreciarla insólitamente torpe y pausada.

Cuento las horas. Me acuesto ilusionado, pensando en mañana, tan agotado como sea posible a fin de no consumirme bajo el manto del insomnio. La ansiedad penetra mis fortalezas al amanecer y me encuentro incapaz de concebir alguna actividad recreativa que disperse mi mente del imán de pensamientos que es la futura publicación del primer tomo.

Una dulce espera, en el lenguaje que aprendí de mis constantes visitas a la maternidad. Una dulce, aunque sofocante espera, pues llegan instantes en que el solo hecho de generar expectativas me estruja el pecho y me descubro asfixiándome en mi propia ansiedad.
Que sean días y no semanas. Horas y no días. Minutos y no horas. Aunque sé que, de cualquier modo, terminaré por vivir el doble de cada minuto, hora y día. Pero sé que, a fin de cuentas, la espera valdrá la pena.

Me siento como un padre chocando de pared en pared en una sala de espera. ¿Cuándo oiré el llanto conmovedor?

Vistazo al argumento


Los fantasmas son reales.

La muerte es un fenómeno de escisión sobrenatural en el cual el cuerpo humano, irrevocablemente lesionado e inerte, destila gradualmente una sustancia viva, que se va condensando en el ambiente, como único remanente o rastro de la personalidad. Esta esencia, constituida de ectoplasma, es una proyección del humano, posee su mismo aspecto, temperamento y memoria.

La cultura humana bautizó a esta representación con el nombre de "fantasma".

Dada su disonante naturaleza, pues no es más humano de lo que su apariencia deja entrever, esta entidad debe cubrir el último pasaje de su trayecto encaminándose al Más Allá o tierra del Koven, a través de la exposición al fuego solar, conocido como ionfus.

Sin embargo, las leyes del Koven no entrañan tiranía o severidad, por ello otorgan al nuevo fantasma un período de despedida, a fin de que aviste a sus seres queridos por última vez antes de embarcarse eternamente al Más Allá. La única condición para aprovechar esta prerrogativa es no trastornar el orden natural de la vida humana, esto es, los fantasmas no deben intervenir de modo alguno en el normal devenir de los acontecimientos. Nada de ecos extraños, objetos movidos de modo inexplicable o apariciones repentinas; el espectro no debe ser, para los humanos, más que un mito informe.

Con el curso de los años, los Élitus del Más Allá descubrieron que a muchos fantasmas se les hacía cada vez más arduo y prolongado tomar la decisión de marchar. Asimismo notaron que las apariciones fantasmales en boca de los humanos iba ganando volumen a ritmo preocupante. Los fantasmas no querían dejar el Ishven, o mundo humano, pues ahí residían sus emociones.

Curiosamente, los fantasmas se veían encadenados a un reducido espacio en la Tierra; reducto que fue nombrado Domines o dominio del ente. Ningún ser ectoplasmático podía transigir las fronteras de su Domines, este era su único espacio de acción, vinculado a la célula de sus más intensas emociones. Por lo general este lugar era la casa en la que habitó, su centro de labores o la escuela.

Los Élitus afrontaban un terrible problema. Los fantasmas no querían marchar, y con su rebeldía desencadenaban verdaderos conflictos a tenor de constantes apariciones frente a los más frágiles humanos.

Muchas personas abandonaban precipitadamente sus hogares, movidas por el terror al fantasma que allí se alojaba. Y estos se quedaban ahí por generaciones, década tras década, fuera del alcance de los Élitus, que nada podían hacer para cogerlos y arrastrarlos al Koven. Los emisarios que enviaban nunca prosperaban en su tarea, ya que al ser también fantasmas, se veían afectados por la radiante energía solar.

La frustración de los Élitus alumbraría una idea tan descabellada como fascinante. Y finalmente del Más Allá repercutiría una enfática determinación, que comprometía el equilibrio entre ambos mundos, pero en una escala menor, mucho menor, de lo que lo hacía la iterativa irrupción fantasmal en la vida humana.

En cada metrópoli a lo largo del globo, un humano era reclutado por emisarios del Koven. A ellos se les revelaba toda la verdad sobre el universo post-mortem, con el propósito de convertirlos en responsables de la función más asombrosa de la historia humana: cazar fantasmas renuentes a marchar.

Armados con un poderoso anillo llamado fottus, cuya luz emulaba el potente rayo de ionfus que descargaba el sol, los portadores recorrían la noche limpiando la ciudad de rebeldes.

Y así se formó un escuadrón mundial de portadores.

Con el tiempo los portadores ganaron terreno y dejaron de ser solo cazadores de rebeldes, para investirse como la personificación del Koven en este mundo. Ya no era simplemente aterrizar en la vivienda e iluminar al fantasma insurrecto, también debían de averiguar qué melancolía ataba al espectro al Ishven. Debían de ayudarlo a superar su trauma y aceptar el viaje al Koven pacíficamente.

Hoy en día los portadores continúan desempeñando esta sobrenatural misión. Ruidos desconcertantes, cosas que vuelan de un lado a otro, individuos que se materializan y desaparecen en medio de gélidas brisas; ahí donde ebulle lo paranormal, habrá un portador presto a borrar toda huella ectoplasmática lejos del poder del ojo humano.